Muerte y dolor en Peraleda en el año maldito de 1855


Hay ocasiones en que la desgracia se ceba en una población y en pocos días se pasa de una vida normal a un infierno. Eso ocurrió en Peraleda en el año 1855, el año aciago cuando llegó la plaga. Podemos imaginar que la llegada de la Peste Negra en la Europa Medieval debió de ser algo parecido en cuanto al pánico y el caos que generó. Si terrible fue la epidemia, más terrible aún debió de ser el miedo y la sensación de que cualquiera podía estar muerto unos días más tarde. A menudo vivimos como si fuéramos eternos, pero la vida nos da sorpresas…

Muerte y dolor en Peraleda en el año maldito de 1855

 

LA PLAGA DEL CÓLERA

 

Termina el año 1854. Los peraleos preparan sus zambombas, tapaderas y cualquier otro utensilio de percusión que encontraban a mano; es Noche Vieja, y hay que despedir a este 1854 que termina y saludar al nuevo año 1855 con el jolgorio que es tradicional. ¡Feliz año nuevo!, se dirían unos a otros deseando que ese nuevo año fuera mejor que el que terminaba y les trajese prosperidad y mejoría en su forma de vida diaria. Y no faltaría algún viejo que con su experiencia diría, Virgencita, que nos quedemos como estamos.

Quiero pensar que entre los peraleos que festejaban la llegada de este nuevo año de 1855 se encontraban Josef Rico y Catalina Núñez, 4º abuelos de mis hijos por parte materna; Agustín López y Ana López, Antonio Juárez y Manuela Cartas, Francisco Sánchez y María Rufo, Leandro Alarza y Josefa Martín, Miguel Fraile y Bernarda Rodríguez, Juan Rufo y Mª Bernarda Pedraza, 6º y 7º abuelos de mi nieto Nicolás por parte materna. ¡Qué lejos estaban de pensar estos antepasados de mi familia lo que para ellos y para todo el pueblo de Peraleda iba a traer ese nuevo año de 1855 que recibían con tanto alborozo! Porque en este “annus horribilis”, la muerte y el dolor, en forma de una epidemia de cólera, cabalgó por los hogares peraleos llevándose a su grupa a muchos de sus habitantes.

El cólera es una enfermedad infecciosa debido a una bacteria. Se transmite por contaminación fecal de los alimentos o del agua. Como consecuencia de la falta de alcantarillado en nuestro pueblo y que en aquellos tiempos no se cloraba el agua de nuestros pozos, se hizo posible la extensión de esta infección entre nuestros paisanos con una virulencia extraordinaria. Los síntomas del cólera son deposiciones fluidas y frecuentes que hacen perder líquidos y sales diversas necesarias para mantener las células, por lo que se llega a una deshidratación en pocos días.

Los veranos hasta que se trajo el abastecimiento del agua, han sido propicios a diarreas entre nosotros, debido a la mala calidad sanitaria del agua. Recuerdo que una vez D. Francisco Juárez, que fuera médico de nuestro pueblo, me decía un día que todos los que venían de fuera al pueblo sufrían unos días de colitis, hasta que poco a poco se inmunizaban, como nos pasaba a los que vivíamos aquí. Esta conversación la manteníamos en la década de los 60 del pasado siglo. No debe extrañarnos pues que fuese precisamente en el verano de aquel maldito año en el que el cólera se cebó con nuestros antepasados.

Viendo en nuestra parroquia el Libro de Defunciones correspondiente a este año de 1855 nos encontramos con esta estadística de defunciones.

En enero………..………… 4 defunciones.
En febrero………….…….. 5
En marzo…………………. 5
En abril……………………. 3
En mayo………………….. 4
En junio…………………… 4
En julio ………………….. 13
En agosto ………………. 117
En septiembre …….……. 24
En octubre ……………… 9
En noviembre………….. 2
En diciembre…………… 8

A la vista de esta estadística vemos claramente que la epidemia hace su aparición en el mes de julio, alcanza su máximo de virulencia en Agosto y empieza a decaer en septiembre y octubre. El año que se deseaban feliz resultó ser desgraciado para todos los peraleos; porque ¿qué familia no tuvo que llorar a algunos de sus miembros?

Solo entre los antepasados de mis hijos fueron nueve familiares los que fallecieron, y todos en el mes de agosto. El día 7 fallecía Bernarda Rodríguez, el 8 Catalina Núñez, el 9 lo hacía Ana López, el 10 Miguel Fraile, marido de Bernarda Rodríguez (solo tres días después de su mujer), el 14 Juan Rufo, el 22 Francisco Sánchez, el 23 el niño Antonio Rufo (su padre Juan Rufo había fallecido nueve días antes), el 25 Antonio Juárez y por último el 29 fallecía Leandro Alarza. Si esto era solo el cuadro que presentaba la familia de mis hijos deduzcan lo que debió ser para todo el pueblo.

No debe extrañarnos el que, ante este panorama tan desolador, 300 familias pusieran pies en polvorosa y se alejaran de Peraleda lo más que pudieron. Entre los que abandonaron el pueblo se encontraban los miembros de la Junta local de Sanidad con lo que nos podemos imaginar el caos y desorden que esto supondría. ¿Quién tomaba decisiones? ¿Quién coordinaba a los que quisieran colaborar para ayudar a los enfermos?

También el sacerdote, encargado de la Capellanía de las Ánimas, el moralo D. Francisco Sánchez Cabrera, fue uno de los que huyó dejando al párroco D. Juan Ribas Amarilla, anciano de 82 años, solo para atender a tanto moribundo, pues su coadjutor D. Felipe García Miranda, que también se quedó, murió víctima de la enfermedad el 6 de agosto . No tardó mucho el Sr. Obispo, que lo era D. José Ávila y Lamas, en mandar Oficio a todos los Arciprestazgos de su Diócesis, para que lo hiciesen llegar a todas las parroquias del Arciprestazgo, en el que se comunicaba que D. Francisco Sánchez Cabrera, quedaba “privado de todas sus licencias para ejercer todo orden sagrado en esta Diócesis”.

Eran tanto los enfermos que tanto el médico titular D. Rufino Delgado, como el cirujano D. Antonio Quevedo no daban abastos para atender a tantos. Durante 13 días seguidos no pudieron ni desnudarse siquiera, porque era raro que pasara más de media hora sin que alguien llamara a sus puertas.

De resultas de tanto trabajo y fatiga cayeron enfermos. D. Rufino, no pudiendo moverse, hizo bajar su cama al portal de su casa y allí acudían los familiares de los más atacados y aquellos que sentían que empezaban a aparecer en ellos los síntomas de la enfermedad y D. Rufino, desde la cama, les recetaba y les prestaba los auxilios que podía.

Murió el boticario. Murió el enterrador y no se encontraba a nadie que quisiera sustituirle, por lo que los cadáveres empezaban a llenar las casas, empeorando la situación. El Alcalde 1º, ya contagiado de la enfermedad, tuvo él solo que amortajar a su mujer fallecida, a pesar de su estado. Nadie se acercaba a casa de un contagiado.

Por miedo al contagio el pueblo se vio desabastecido, pues ningún vendedor quería venir a Peraleda. No se encontraba azúcar, ni arroz, ni otros artículos necesarios. ¿Podéis imaginar panorama más desolador que aquel en el que tuvieron que vivir nuestros antepasados?

Siempre hay algún ser despreciable. Digo esto, porque no faltó quién criticara a los médicos diciendo que se hacían los enfermos para no atender a sus pacientes por miedo al contagio. Tampoco faltó el listillo dispuesto a sacar partido de las desgracias ajenas. Por estos días apareció un tal Antonio Donoso, barbero, que afirmaba curar a los contagiados del cólera. A pesar de la oposición del médico titular, fueron muchos los que acudieron a este curandero. Hacía meter a los enfermos en costales de centeno y hacía con ellos otras muchas cosas ridículas. Ni que decir tiene que solo se curaban aquellos que no habían contraído la enfermedad, muriendo los enfermos que creyeron en él.

El Gobernador de la provincia ante las noticias que le llegaron se vio obligado a venir a Peraleda a poner orden; y lo puso. Pidió a los médicos de los pueblos vecinos acudiesen en ayuda de sus colegas, ordenó al Alcalde de Navalmoral, D. José Gallego, que se encargara de proveer a Peraleda de los artículos más necesarios, multó a los cargos que no habían respondido como era su deber; pidió a Talavera de la Reina le enviasen tres enterradores; al farmacéutico de Villar del Pedroso, D. Manuel Malgárez, que había venido a Peraleda por un asunto particular, le ordenó que se quedara y se hiciese cargo de la botica, hasta que él llegara a Cáceres y mandara al Subdelegado de Farmacia que mandara un farmacéutico; igualmente pidió a Gamonal, pueblo de la provincia de Toledo enviase al Profesor de medicina, D. Gregorio de Odiaga para que se hiciese cargo del pueblo. Al Sr. Obispo de la Diócesis placentina le pidió enviase sacerdotes en ayuda del párroco; mandó se llevasen los niños huérfanos al hospicio de Cáceres y por último abrió una suscripción para ayudar económicamente a los más necesitados siendo él el primero que aportó una cantidad, seguido del Sr. Obispo y de todos los diputados provinciales

El Sr. Obispo mandó al cura de Valdehúncar D. Fulgencio Muñoz acudiese a Peraleda, pero éste no obedeció. Sí lo hicieron y de manera voluntaria el Mayordomo del Seminario, D. Dionisio Claves y el Canónigo de la catedral placentina D. Manuel Mª de Llera.

Como vemos, junto a comportamientos despreciables, hubo también comportamientos ejemplares dignos de elogios. De los unos y de los otros se habló en las altas esferas del Gobierno, como se recoge en la Gaceta del Gobierno de setiembre con la que termino este doloroso relato:

PARTE OFICIAL DE LA GACETA

{Gaceta de ayer)
PRESIDENCIA DEL CONSEJO DE MINSTRQS
La Reina (Q. D. G.) y su augusta real familia continúan sin novedad en su importante salud.
MINISTERIO DE LA GOBERNACION
Sanidad.–—Negociado segundo

En vista de la comunicación de V. S., fecha 12 de Agosto último, a la que acompaña la lista de los servicios prestados por varias personas en la villa de Peraleda de la Mata, con motivo de la invasión del cólera morbo, y otra de las que faltando á sus deberes abandonaron la población al desarrollarse la epidemia, comprendiendo en esta última á don Fulgencio Muñoz, cura párroco de Valdehúncar, quien a pesar de haber sido invitado por la autoridad eclesiástica y por V. S. para que se trasladara a dicha villa con objeto de prestar sus auxilios espirituales, se negó bajo frívolos pretextos; la Reina (que Dios guarde) se ha servido resolver que se den las gracias á los que con abnegación y sentimientos humanitarios han cooperado a la asistencia y socorro de los enfermos, publicándose sus nombres con mención honorífica en la Gaceta de esta Corte y en el Boletín oficial de esa província, que igualmente se publiquen en ambos periódicos los nombres de los que faltando a sus deberes de humanidad, abandonaron sus puestos, manifestándole que S. M. ha visto con desagrado proceder tan censurable: que se declaren destituidos del cargo de secretario y vocales de la Junta de Sanidad, a don Gregorio Torronteras, don Antonio Rubio, don José García y don Esteban Amores; y finalmente, que se pase nota al Ministerio de Gracia y Justicia del mal comportamiento del presbítero don Francisco Sánchez Cabrera, y del referido párroco de Valdehúncar don Fulgencio Muñoz .

De Real Orden lo digo a V. S. para su inteligencia y efectos consiguientes
Dios guarde a V. S. muchos años.
Madrid 29 de Setiembre de 1855.
Señor Gobernador de la provincia de Cáceres.

Relación de los individuos á quienes S. M. ha resuelto se les den las gracias, publicándose sus nombres con Mención Honorífica en la Gaceta y en el Boletín oficial de la provincia de Cáceres, porque prestaron servicios a la villa de Peraleda de la Mata, siendo invadida del cólera-morbo:

Don Antonio García, alcalde constitucional.
Don Juan Rívas Amarilla, Cura párroco.
Don Manual Llera, canónigo de Plasencia.
Don Dionisio Claver, presbítero, catedrático del seminario conciliar de Plasencia.
Don Rufino Delgado, médico titular.
Don Antonio Quevedo, cirujano titular.
Don Mariano Díez Lanza, farmacéutico.
Don Anastasio García López, subdelegado de medícina y cirugía.
Don Bernardino García, médico titular de Almaraz
Don Gregorio de Odiaga, médico de la villa de Gamonal.
Don Manuel Melgares de Segura, farmacéutico del Villar de Pedroso.
Don Leandro Herrera, practicante de farmacia de Cáceres.
Don Cesáreo Lozano, escribano de número.
Don Andrés Morgado, profesor de instrucción primaria.
Don José Gallego, alcalde de Navalmoral.
Don José García del Campo, oficial primero del gobierno de provincia.

Individuos que faltando á los deberes de la humanidad abandonaron sus puestos; o se negaron á prestar auxilios.

Don Fulgencio Muñoz, cura párroco de Valdehúncar.
Don Francisco Sánchez Cabrera, presbítero, capellán.
Don Gregorio Torronteras, secretario de Ayuntamiento y de la Junta de sanidad.
Don Antonio Rubio, vocal de la Junta de sanidad, depositario de propios.
Don José García y don Esteban Amores, vocales de la Junta de sanidad.

Hasta aquí la Gaceta del Gobierno

Peraleda de la Mata, 10 de Marzo de 2016
Eusebio Castaño

ANEXO

Como podréis comprender, un desastre así tuvo eco en toda la nación, y durante muchos días los periódicos hablaron de Peraleda de la Mata, un pueblo que casi nadie conocería y que de repente se convirtió en una especie de Puerto Urraco en el siglo XIX, aquél pueblo sumido en el caos en el que la gente estaba cayendo uno tras otro como en los años de la Peste Negra. Aquí dejamos varias páginas periódicos de ejemplo para recordar que tristemente, durante más de un mes, pasamos a la fama entrando en la Crónica Negra.

No busquéis titulares porque la prensa de entonces no los tenía, solo eran varias páginas divididas en secciones, nacional, internacional, procincias, guerra, etc. y allí se metían las noticias más relevantes de los últimos días (pues las noticias tardaban su tiempo en circular), pero allí estaba Peraleda, una y otra vez, en el caso de agosto cada pocos días, desde el 6 de agosto hasta el 4 de octubre, lo que demuestra el interés que levantó nuestro caso en una plaga que recorrió España pero que en ningún sitio se cebó con la virulencia que lo hizo en nuestro pueblo. Haz clic para aumentar las imágenes.

6 de agosto: se piensa que la epidemia es “benigna”.

6 de agosto

11 de agosto: sólo 5 días más tarde ya se da noticia del desastre y la desbandada de gente huyendo de Peraleda.

11 de agosto

17 de agosto: 6 días más tarde los periódicos describen el panorama en Peraleda como “aterrador”.

17 de agosto

 

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4 comentarios en “Muerte y dolor en Peraleda en el año maldito de 1855

  1. Sería interesante averiguar cuánto tardó Peraleda en compensar ese valle poblacional mirando los nacimientos en la primavera-verano de 1856 o meses sucesivos. Podría escribirse una bonita crónica del Amor en los tiempos del cólera…

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  2. no tenia constancia de tal enorme desastre, pero fenomenal asi de esta manera ya se el desastre que ocasiono tal enfermedad que de ninguna de las maneras me podia imaginar lo que ocasiono.

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